Es inútil negarlo: lo que todos quieren tener en su mesa es un huevo de chocolate. Aunque cada país tiene su dulce típico para las fiestas populares, el huevo de Pascua es un postre de referencia común.
Para los más pequeños (y también para los mayores…) no hay Semana Santa sin un huevo de chocolate que romper para descubrir la sorpresa en su interior. Un divertido juego que en el curso de los años cada vez conquista a más adultos, hasta tal punto que no dejan de crecer las propuestas de huevos de Pascua gourmet. Pero, ¿quién inventó el huevo de Pascua? ¿Cuál es su historia? Y, ¿por qué los huevos de chocolate se han convertido en el dulce típico de la Semana Santa?
Viaja con nosotros a través de los siglos para descubrir la historia de los huevos de Pascua de chocolate.
El huevo, un antiguo símbolo de vida
No es casualidad que a lo largo de los siglos se haya difundido la costumbre de regalar huevos de Pascua. El origen del significado festivo de los huevos se remonta a la Antigüedad. Parece ser que los egipcios ya consideraban los huevos un símbolo de vida, como eje de los cuatro elementos (aire, tierra, fuego y agua) y, por tanto, el origen de todo. También los persas consideraban el huevo un símbolo de prosperidad y al parecer solían regalarse huevos al principio de la primavera como símbolo de renacimiento. Una tradición que al parecer se difundió también en la Antigua Grecia y en China, siempre coincidiendo con el cambio de estación.
Huevos de Pascua y Cristianismo
Hay cierto significado religioso que asocia los huevos a la Pascua y va ligado al Cristianismo: en la época medieval, la Iglesia les prohibía a los católicos practicantes comer huevos en Semana Santa, es decir, la que precede a la Pascua. Todos los huevos que ponían las gallinas durante esos siete días se guardaban y se decoraban para dárselos después a los niños el día de la Pascua de Resurrección.
El huevo de Pascua de chocolate
Para llegar a la invención del huevo de chocolate hay que llegar al siglo XVIII, en concreto en la corte del rey Luis XIV, el Rey Sol. Al parecer él fue el primero en encargarle al pastelero de la corte unos huevos especiales para celebrar la llegada de la primavera: unos huevos hechos con crema de cacao. Seguramente intención del rey era sorprender por enésima vez a sus súbditos. De hecho, su brillante idea cambió a su manera el curso de la historia de la repostería.
Un siglo después, en otra magnífica corte, la de los zares de Rusia, vio la luz un huevo destinado también a hacer historia: esta vez el protagonista fue un orfebre, Peter Carl Fabergé, que recibió el encargo del zar Alejandro III de crear unos fabulosos huevos decorados para deleitar en primavera a la zarina. El primer huevo realizado por Fabergé era de platino esmaltado en blanco y su interior contenía otro huevo de oro, que a su vez albergaba dos preciosos regalos: una reproducción de la corona imperial y un polluelo dorado. Los huevos de Fabergé se convirtieron en auténticas obras de arte que se extendieron por toda Europa. ¿Acababan de nacer los huevos de Pascua? Más o menos.
La sorpresa del huevo de Pascua
Como suele pasar con todos los inventos que han triunfado a lo largo de la historia, son muchos los que "revindican" la paternidad del huevo de Pascua tal y como lo conocemos. Aunque por su parte los ingleses proclaman como inventor del huevo de Pascua al Sr John Cadbury, que en 1842 mezcló y modeló el chocolate en forma de huevo como un dulce de Pascua, en realidad la verdadera madre patria del huevo de Pascua fue Italia.
Varios libros narran la historia de la viuda Giambone, dueña de una chocolatería en via Roma, en pleno centro de Turín: alrededor de 1725 a la señora se le ocurrió regalarles a sus nietos un cesto lleno de paja y huevos de cacao hechos rellenando la cáscara vacía de huevos de gallina con chocolate líquido y miel. Los presentó después en su taller y los nuevos huevos de Pascua tuvieron tanto éxito que enseguida se convirtieron en una tradición destinada a extenderse como una mancha de aceite por todo el mundo.
Imagen Matteo Cavaleri
En Turín, a principios del s. XX se patentó la producción en serie de los huevos de Pascua de chocolate gracias a los pasteleros de Casa Sartorio, que inventaron un molde cerrado con bisagras que, una vez colocado en un aparato capaz de girar rápidamente, distribuía el chocolate de forma uniforme creando dos mitades complementarias que, una vez frías, se podían decorar al gusto antes de ensamblarlas, creando un auténtico huevo de Pascua. Esto también permitía introducir una sorpresa en el huevo, costumbre que se extendió rápidamente hasta el boom de la posguerra. Originalmente, las sorpresas del interior de los huevos de pascua eran animalitos de azúcar y peladillas, pero luego pasaron a ser auténticos regalos más o menos valiosos y originales.
En definitiva, objetos que no tenían nada que ver con las obras de arte de Fabergé pero sin duda también cargados de atención, cariño y significado.
¿Y qué tiene que ver el conejo con los huevos de Pascua?
Un dato curioso tiene que ver con la figura del conejo que se asocia también a la Pascua. El origen se encuentra en los ritos precristianos, en los que el conejo era símbolo de fertilidad y nueva vida, aspectos que caracterizan la época de la primavera. Estas ideas fueron resignificadas por el cristianismo, que incluyó al conejo como parte de la simbología relacionada con este momento del año y con la celebración de la Pascua.
En cuanto a la tradición del conejo (o la liebre) que esconde los huevos para que los niños los encuentren, podemos encontrar sus raíces en las culturas anglosajonas y escandinavas. El influjo de inmigrantes que llegó a Estados Unidos en el siglo XIX trajo consigo esta tradición, que acabó por popularizar la figura del conejo de Pascua que hoy conocemos.
Además del chocolate, la Pascua se caracteriza por sus diferentes recetas de dulces. No te pierdas esta de la tradicional mona de Pascua.