No hay ruido en la isla, aparte de las voces lejanas de los presos que trabajan en el campo o de un tractor que sube la colina. Todo se lo lleva el viento. Es una suave brisa mediterránea que refresca la tierra y trae sal del mar. La sal llega a todas partes.
Se trata de Gorgona, un pequeño y polvoriento espolón que se eleva sobre el brillante mar del archipiélago toscano, a unos 40 km de la costa de Livorno. Al acercarse en barco, el visitante es recibido por un pueblo de pescadores, ruinoso pero pintoresco, con casas y edificios recién pintados de colores brillantes. Podría ser una típica isla mediterránea, salvo que ésta tiene una historia diferente. Es una isla-prisión y para los reclusos que viven en ella no hay salida.
Gorgona parece un lugar idílico para cumplir condena, y cabe preguntarse qué clase de delincuente tiene la suerte de cumplir una condena en un lugar así. Pero la isla funciona como una especie de "santuario", un refugio donde los presos sólo pueden ser admitidos hacia el final de una condena larga. Aquí pueden hallar paz y hasta destellos de libertad. Pero, sobre todo, Gorgona es un lugar donde pueden encontrar trabajo y dignidad, y con suerte hallarse a sí mismos antes de volver a un mundo más allá de su celda.
El centro de la isla lleva a cabo un programa de rehabilitación de reclusos en colaboración con la famosa bodega toscana Frescobaldi. Los reclusos pueden aprender las técnicas de cultivo de la vid y de elaboración del vino mientras cumplen condena, y su trabajo contribuye a producir un número muy limitado de botellas del vino Gorgona de Frescobaldi, elaborado con uvas Vermentino y Ansonica, unas nueve mil al año. Su empleador último es Frescobaldi, y reciben un salario que se reserva y que les permitirá rehacer su vida cuando vuelvan a la sociedad.
Lamberto Frescobaldi, presidente de Frescobaldi Vini e impulsor del programa de rehabilitación de la isla de Gorgona
“Aquí contratamos a los presos, que pasan a formar parte de la nómina de Frescobaldi", afirma Lamberto Frescobaldi, presidente de la empresa homónima e impulsor del programa. "Esto les permite disponer se veinte, treinta, incluso cuarenta mil euros en su cuenta bancaria. Esto es muy importante porque cuando salen de la cárcel, algunos tienen miedo de reincorporarse a la sociedad, pero al tener ese dinero en la cuenta son capaces de decir no a la delincuencia".
La realidad es que cuando la gente sale en libertad después de cumplir condenas largas, suelen tener a las bandas criminales esperándoles, buscando a personas con ciertas habilidades y desesperadas, porque a menudo cuando salen de la cárcel no tienen nada y, en concreto, no tienen forma de ganar dinero.
Frescobaldi, por su parte, afirma que mientras la tasa media de reincidencia en Italia es del 85%, para las personas que pasan por Gorgona es del 0%.
Este año es el décimo que la familia Frescobaldi participa en el centro penitenciario de Gorgona. En una década han visto pasar por su empresa a muchos reclusos de centros de alta seguridad de toda Italia. Como premio a su buena conducta, los presos pueden cumplir los dos o tres últimos años de condena en la isla y pueden aprender cómo se vuelve al mundo laboral.
“No se trata de formar a la gente para producir una buena uva, un buen racimo ni una buena copa de vino", dice Frescobaldi. "Hay que aprender a hacer lo que hay que hacer. Ahí fuera, la gente hace lo que tiene que hacer porque tiene una familia que mantener, gastos que pagar... sólo un pequeño porcentaje hace lo que quiere hacer. La mayoría de la gente hace lo que tiene que hacer... y eso no tiene nada de malo".
"Hace años un preso me dijo: 'Quiero darte las gracias. Ésta es la primera paga que recibo en mi vida. Lo envié a casa y con ese dinero pudieron comprar zapatos para mis hijos'.
Fue Frescobaldi quien se puso en contacto con el director de la prisión de Gorgona durante el mes de agosto. Ya existían viñedos en la isla y el director del centro penitenciario buscaba una bodega en la que pudieran trabajar los reclusos. Más por curiosidad que por otra cosa, Frescobaldi fue a Gorgona, pero cuando llegó se dio cuenta inmediatamente del potencial del proyecto para rehabilitar el pueblo, pero también para hacer un vino que es una expresión única del terruño. Y algo se activó inmediatamente en él.
Empezó a imaginar un proyecto que pudiera transformar las vides y viñedos. "Este proyecto significa mucho para mí. Me permite aportar algo", dice. "He tenido mucha suerte en la vida y quiero compartir esa suerte con otras personas. Además, es un gesto patriótico, porque me permite hacer algo por Italia. Todo el mundo merece una segunda oportunidad, independientemente de lo que haya hecho en la vida. De verdad lo creo”.
"Un detenido que conocí me dijo que lo habían encarcelado porque se metió en una pelea en una discoteca y le pegó a uno un puñetazo. El tipo cayó al suelo y murió. Así que ese desafortunado momento en el que perdió el control le costó 20 años de su vida. Le puede pasar a cualquiera. Algunas personas están aquí simplemente porque nacieron en el lugar equivocado, o en el momento equivocado. Podríamos ser tú o yo, así que hay que darle a la gente otra oportunidad en la vida".
Una vez se puso en marcha el proyecto, el director de la prisión le confió a Frescobaldi que había enviado cientos de solicitudes a bodegas de toda la Toscana y de fuera de ella: él fue el único que respondió.
Para los presos, la experiencia en Gorgona es realmente transformadora. Hay una dicotomía inusual en su trabajo en los viñedos. Los presos que cumplen una condena larga por un delito grave muestran una actitud de aceptación de hombres que han perdido cualquier tipo de autonomía sobre sus vidas y que llevan años reflexionando cada día sobre sus decisiones equivocadas. Sin embargo, también hay un atisbo de peligro, como un resorte a punto de saltar: son personas vulnerables, por lo que un proyecto como éste puede marcar la diferencia.
Un preso trabaja las viñas en la isla de Gorgona
"Aquí todo es mucho mejor", dice el detenido Muhammad (nombre ficticio, nota del editor) "Antes estuve detenido en la Riviera francesa, y tuve una experiencia completamente diferente. Aquí te dejan ser un ser humano". "Hay confianza entre guardias y detenidos", continúa, blandiendo un par de cizallas. "Incluso estas herramientas podrían ser armas en las manos equivocadas, pero nos permiten utilizarlas para hacer nuestro trabajo. Aquí puedo dormir por la noche. Antes, en otras prisiones, no pegué ojo durante años".
La relación con los guardias es diferente, pero Gorgona sigue siendo una prisión. Los reclusos pueden salir de sus celdas cuando tienen cosas que hacer, pero el resto del tiempo están bajo llave. La vendimia, sin embargo, es un momento crucial y las puertas de las celdas se abren de par en par para que los reclusos trabajen largas horas recogiendo las uvas a mano en cuanto están perfectamente maduras.
Todo se hace a mano. Las vides crecen en terrazas excavadas en las empinadas laderas de la isla. El vino se produce en la isla en la bodega "garaje", donde los viticultores de Frescobaldi elaboran el vino de forma sencilla y tradicional. Toda la vida de los reclusos está dedicada al cultivo de la uva y a la elaboración de vino, y es el centro de su mundo mientras están en la prisión de la isla.
“Es emocionante cuando bajan las barricas por la colina y la grúa las sube al barco", dice un viticultor de Frescobaldi. Y uno se pregunta si los reclusos sienten lo mismo cuando suben al barco y se despiden de Gorgona, viendo cómo el colorido pueblo de pescadores que ha sido su hogar durante años desaparece en la distancia, y el barco se dirige a tierra firme y a una nueva vida.